En el corazón de la penillanura trujillano-cacereña, donde convergen las dehesas de La Torre, El Valle Judío y La Moheda, se alzan los restos del Convento de Malillo, testimonio excepcional del sistema económico que sustentó el poderío del Monasterio de Guadalupe entre los siglos XVI y XVIII. Como señala mi admirado José Antonio Ramos Rubio en su estudio documental de 2021, este complejo fue "pieza esencial en la red de granjas-convento jerónimas, destacando como el más productivo en lana merina de toda la región extremeña"[1]. La importancia histórica de Malillo queda demostrada por los registros contables de 1701, donde el prior de Guadalupe documenta que esta explotación aportaba el 17% de las rentas totales del monasterio matriz durante su periodo de máxima actividad [[2] p. 167].
No hace demasiados días recibí la llamada de un antiguo compañero de trabajo, aficionado a las ruinas como yo y me hizo una pregunta de esas que casi ofenden por obvia la respuesta: ¿te vienes a ver un convento abandonado que hay cerca de Zorita? Pueden imaginar la respuesta y así a los pocos días nos montamos en su coche y partimos en la búsqueda de los restos de Los Pereaños de Malillo. Una lluviosa, muy, muy lluviosa primavera, ha propiciado el crecimiento casi desproporciono de la hierba, y tras desplazarnos unos centenares de metros con mucha dificultad, llegamos a dos represas sobre el arroyo Malillo a los pies de los restos famélicos y agonizantes de este monasterio Jerónimo.
Las fuentes disponibles, como los registros del Archivo Municipal de Zorita y estudios históricos sobre la comarca, mencionan la presencia de granjas, conventos y dehesas explotadas por órdenes religiosas, pero no incluyen documentos originales de fundación para este caso concreto. Por tanto, la fundación de “Los Pareaños de Malillo” debe situarse en el contexto de la expansión rural del Monasterio de Guadalupe entre los siglos XV y XVI, aunque la ausencia de documentación directa impide precisar el año exacto o el acto fundacional formal, aunque la mayoría de los estudiosos la sitúan en el siglo XVI
La vida cotidiana en el convento comenzaría antes del alba, cuando los cinco monjes jerónimos y doce hermanos legos que formaban la comunidad permanente, se levantaban para rezar los maitines en la capilla conventual, edificio de nave única de 17×8 metros orientado ritualmente hacia Guadalupe. Como dejó escrito el prior fray Diego de Guadalupe en su diario personal: "A las cuatro y media de la mañana tañen las campanas para el oficio divino, y al salir el sol ya están los pastores con el ganado en las dehesas" [2, p.132]. La jornada combinaba estrictamente lo espiritual con lo productivo: después de completar el ciclo de oraciones, los monjes supervisaban las distintas actividades económicas, desde el esquileo hasta la fabricación de quesos. Toda esa intensa, pero espiritual actividad, se recrea en mi mente a medida que recorro, o más bien, intuyo, las distintas estancias que quedan en pie.
El nombre Pareaños de Malillo tiene su origen en la función demarcatoria del enclave. Como explica Maldonado Escribano [2, p.56], el término "pareaños" deriva del verbo latino "paricāre" (igualar, medir) y se refería específicamente a los mojones que delimitaban las propiedades monásticas. La escritura de 1579 conservada en Trujillo menciona: "los dichos pareaños que dividen las tierras de Malillo de las de la villa de Zorita" [1, leg.45]. Estos hitos de piedra, algunos aún visibles, marcaban no solo lindes territoriales sino también diferencias jurisdiccionales entre el poder eclesiástico y el civil.
Este enclave formaba parte de la red de granjas-convento dependientes de Guadalupe y que incluía siete establecimientos principales según el registro de 1701 [2, p.115]. Además de Malillo, destacaban Valdefuentes (especializado en cereales), El Rincón (producción vitivinícola), La Burguilla (cría de ganado bravo) y Madrigalejo (olivares y molinos aceiteros). Esta red funcionaba como un sistema integrado donde cada granja aportaba sus excedentes al monasterio matriz. Las cuentas de 1680 muestran cómo Malillo destacaba en la producción lanera, aportando el 42% de la lana merina de toda la red [2, p.128]. Cada quince días, reatas de mulas transportaban los productos hasta Guadalupe por la Cañada Real Leonesa, un viaje de dos jornadas que los monjes aprovechaban para llevar noticias y recibir instrucciones.
La producción diaria en Malillo seguía un ritmo marcado por las estaciones. En primavera, el bullicio llenaba el lavadero de lana donde, según el libro de cuentas, "doce braceros trabajaban desde el alba hasta el anochecer durante seis semanas" [[3], p.33]. En verano, los huertos proporcionaban hortalizas y el otoño era tiempo de vendimia en los pequeños viñedos del convento, cuyos barriles de vino aparecen registrados como "para consumo interno y para obsequio a visitantes ilustres" [2, p.142]. Los datos cuantitativos extraídos de los libros de cuentas entre 1673-1679 [3, p. 41-45] muestran una producción anual media de 2.400 arrobas de lana merina (valoradas en 18.000 reales), 300 arrobas de queso y la producción agrícola estaba centrada principalmente en los cereales, siendo el trigo el cultivo más importante y el eje del sistema socioeconómico local. Además del trigo, se cultivaban otros cereales como cebada, centeno y avena. En menor medida, también se producían vino y aceite, aunque estas actividades tenían menos peso que la cerealística.
La explotación agrícola se complementaba con la existencia de huertos y cercas, que permitían el cultivo de productos hortícolas para el autoconsumo. Además, la apicultura era una actividad relevante en la zona, con numerosas colmenas que producían miel y cera, productos muy valorados tanto para el consumo como para usos religiosos y comerciales[4] .
En resumen, los principales productos agrícolas del convento de Malillo eran:
- Trigo
- Cebada
- Centeno
- Avena
- Vino (en menor medida)
- Aceite (en menor medida)
- Productos de huerta
- Miel y cera procedentes de la apicultura[5].
Pero no era todo bucólico y tranquilo entre los muros conventuales porque los conflictos jurisdiccionales fueron una constante, destacando el pleito con Trujillo (1579-1585) por el control de 300 varas de dehesa boyal [1, leg. 45]. La sentencia de 1582 estableció un complejo sistema de reparto de aguas del Arroyo de Malillo: "tres días para Guadalupe, dos para Zorita" [2, p. 144].
Su declive comenzó a notarse a finales del siglo XVIII, cuando las cuentas de 1789 [6] registran por primera vez "dificultades para mantener a los esquiladores". El golpe definitivo llegó con la desamortización de 1835, dejando el complejo en el estado ruinoso que hoy conocemos. La comparativa fotogramétrica entre el plano de 1752 y el estado actual muestra una pérdida del 72% de las estructuras originales [1,3].
La paradoja de Malillo radica en haber sido un centro económico clave para Guadalupe -generando durante su periodo productivo (1690-1710) el 17% de sus rentas totales [2, p. 167] y sin embargo permanecer hoy ausente de las rutas patrimoniales extremeñas. Como señala Ramos Rubio [1], este olvido contrasta con la abundante documentación conservada que atestigua su importancia histórica.
El camino hasta el convento comienza por recorrer muchos kilómetros siguiendo el canal de la Confederación Hidrográfica desde el Pantano de Sierra Brava y abandonarlo para adentrarse en la dehesa. Una vez dejado el coche, un buen tramo a mi nos espera hasta alcanzar el Arroyo Malillo en una zona baja, fácilmente inundable. Antes de llegar a lo poco que queda del convento, nos topamos con dos pequeñas presas que, a pesar de las lluvias, se encontraban totalmente vacías, muy posiblemente por su malísimo estado de conservación. Lo primero que observamos del complejo son los muros perimetrales, construidos con argamasa y pizarra, que mantienen tramos de hasta 6-7 metros de altura, mostrando un espesor característico de aproximadamente 1 metro propio de las construcciones monásticas del siglo XVI. En el interior pueden distinguirse claramente las paredes divisorias de lo que fueron celdas y almacenes, con sus huecos de ventanas que conservan los derrames internos típicos del Renacimiento extremeño.
La parte más reconocible es la capilla, de planta rectangular, se situaba próxima al claustro en dirección oeste y aún conserva una sencilla hornacina en arco de medio punto de ladrillo en el centro del ábside rectangular. El acceso principal al conjunto era por una puerta en el lado sur, y el claustro, del que quedan basas de pizarra, estaba rodeado por otras dependencias como la sacristía, la cocina y las celdas de los monjes. El diseño y los materiales empleados reflejan la austeridad y sencillez propias de los cenobios jerónimos, donde predominaban la pizarra y la argamasa de barro, y la grandiosidad arquitectónica se sustituía por la funcionalidad y la pobreza deliberada, que a la larga han provocado su profundo deterioro.
Las instalaciones ganaderas, que fueron el corazón económico del convento, muestran corrales para el ganado, canales de drenaje enlosados para el lavado de lana y plataformas de esquileo con pavimento de pizarra compactada. El entorno inmediato conserva importantes elementos del paisaje original: cercas de piedra seca que delimitaban las dehesas, acequias del sistema de riego monástico y el camino empedrado que conectaba con el Monasterio de Guadalupe.
Aunque el lugar es espectacular, incluso pudimos ver ciervos en los alrededores del convento, el estado de éste es verdaderamente lamentable. También es importante señalar lo peligroso del lugar por la posible caída de piedras, parte de los muros o por el pozo sin brocal que se encuentra en la zona del claustro y parcialmente tapado por la vegetación. Aunque nunca diga que no a visitar un convento abandonado, a decir verdad, no será uno de esos sitios que vuelva visitar con frecuencia, aunque entre los muros desgastados de Malillo, el tiempo no pase: se acumule. Las piedras, testigos mudos de siglos de oraciones y esquilas, de lana lavada en el arroyo y de queso cuajado al sol, guardan aún el eco de un esplendor que el olvido no ha podido borrar del todo. Hay una belleza melancólica en estas ruinas, en cómo la hiedra abraza lo que el hombre abandonó, en cómo los pájaros anidan entre dovelas caídas que antes sostuvieron bóvedas sagradas. El viento que hoy silba entre los muros descarnados lleva consigo historias de monjes que midieron el cielo con salmos y la tierra con pareaños, de pastores que contaron ovejas bajo las mismas estrellas que ahora nos miran. Malillo resiste, no como monumento, sino como herida abierta en el paisaje, recordándonos que toda grandeza acaba convirtiéndose en piedras que hablan, en memoria que se desmorona, en promesa de que incluso lo perdido sigue vivo mientras alguien lo mire y lo nombre. Entre estos muros, el pasado no ha muerto: solo espera, paciente, a que le preguntemos su historia y por eso os lo he querido enseñar hoy, Al Detalle.
[1] Ramos Rubio, J.A. (2021). Los Pareaños de Malillo en Zorita. Grada
[2] Maldonado Escribano, J. (2019). *Redes monásticas en Extremadura*. UEx
[3] Archivo Histórico Provincial de Cáceres. *Libros de cuentas (1673-1679
[4] ZORITA. Una antigua villa de la penillanura trujillano-cacereña. José Antonio Ramos Rubio
[5] Las merinas trashumantes del Monasterio de Guadalupe en el primer tercio del siglo XIX. José Camacho Cabello
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