Sé que es complicado de entender. Las tradiciones, los ritos atávicos que nos conectan con lo más profundo de la identidad de un pueblo, no se pueden explicar. Desde fuera quizá sea algo salvaje, atrasado o sin sentido, pero sólo si miramos desde un punto de vista exclusivamente racional, desde la distancia y sin interés por alejarnos de la superficie y adentrarnos en la carga simbólica de estas viejas fiestas.
En las tribus prerromanas era costumbre mandar a los niños que estaban llegando a la edad adulta, a pasar unos días solos en plena naturaleza. Ahí se enfrentarían con sus miedos, sus limitaciones y con el terrible hecho de estar creciendo. A la vuelta de esa experiencia de supervivencia debían aportar una prueba de su dominio del medio. Esa vieja costumbre, muy cambiada, pero esencialmente igual, se conserva en muchas fiestas de quintos. El algunas zonas estos quintos se acompañan de un macho cabrío, en otros llevan un pino a la plaza, o en el caso de mi pueblo de adopción, Aldea del Cano, lo que los mozos (y ahora también mozas) muestran como prueba de su paso a la edad adulta es lo que aquí llaman Tuero. El Tuero es un tronco de encina seca que es arrancado en el fin de semana más cercano al día día de Santiago. El 15 de agosto lo depositan en la plaza del pueblo donde permanece hasta el 24 de diciembre. Esa tarde de nochebuena se prende fuego y los aldeanos se concentran a su alrededor para felicitarse las fiestas antes de marcharse a cenar con su familia.
Una vez que los quintos y quintas ya han mostrado su supremacía sobre la naturaleza, pueden "pasar la manta". Si se fijan en las imágenes, una chica lleva atada al cuello una manta de rayas, con la que los quintos pedirán a los vecinos que contribuyan para continuar con la fiesta que ya empezó la noche anterior.
Los tueros se celebran en más pueblos de los llanos de Cáceres aunque con diferentes versiones, lo que nos da idea de la antigüedad verdadera de la fiesta y de los arraigada que está en esta zona cacereña. Sé que muchos pensarán que estas tradiciones son una salvajada del pasado y que deben erradicarse a favor de una vida más urbanita, supuestamente civilizada, mientras compran, comen y beben cualquier guarrada en una franquicia rodeados de contaminación. Para que nadie se alerte hay que aclarar que desde hace ya un tiempo, el Tuero es arrancado con supervisión del SEPRONA, que se asegura de que la encina esté totalmente muerta, y por supuesto, con permiso del dueño de la finca.
También instaría a esos que critican estas fiestas, que ahonden en su significado, en sus símbolos y que entiendan que la mejor manera de saber quienes somos es saber quienes fuimos y de dónde venimos.
Sólo me queda invitarles a que vengan a Aldea del Cano a disfrutar de esa curiosa estampa que ofrece ese gran tocón de encina, al que aquí llaman Tuero, en mitad de su plaza, frente a la Iglesia de San Martín, y así conocer más de la riqueza cultural que tenemos en esta tierra y que nos estamos empeñando en perder a favor de las contaminaciones invasoras sureñas, que como el Camalote en el Guadiana, están arrasando con lo autóctono, en este caso, con las costumbres, emociones, leyendas y cultura de esta tierra nuestra
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