JAVIER 1931. La típica estudiantina con los trajes clásicos de arlequín.
Aunque este año vienen con
cierto retraso, todo llega, y ya se están a punto de celebrarse los carnavales.
Hoy os propongo echar la vista atrás y observar cómo nuestros antepasados se
divertían en esta festividad de las Carnestolendas, donde la carnalidad, lo más
mundano se imponía justo antes de comenzar con la Cuaresma. Afortunadamente
tenemos crónicas detalladas de estas celebraciones que nos permiten asomarnos a
ese pasado no tan remoto, pero sí muy distinto, donde la diversión y la transgresión no diferían tan sustancialmente como podríamos pensar. Basaré este recorrido en
las crónicas de Publio Hurtado para recordar el Carnaval de mediados del XIX. He de aclarar que las fotos no corresponden a la época que estamos tratando, son muy posteriores aunque nos ayudan a imaginar un tiempo pasado, porque de las fechas de las que estamos tratando no hay imágenes, evidentemente.
Aunque nos parezca mentira, por aquella época
el Carnaval comenzaba en jueves, con los Jueves de Comadres y Compadres, que
aún se siguen celebrando en algunos lugares con gran arraigo. Esta celebración
tiene su origen en las fiestas romanas de las MATRONALIAS en honor a la diosa
Juno como forma de exaltación de la feminidad. Por “envidia” en muchos sitios
también se celebraba el jueves de compadres, aunque este no fuera el verdadero
sentido del culto a lo femenino. Ese día las mujeres tomaban el mando y salían
al campo a comer, beber, cantar y bailar, mientras los hombres se encargaban de
quedarse en casa.
Foto de Serafín Martín Nieto. Año 1950
En el Cáceres del siglo XIX se realizaba
conjuntamente el jueves de Comadres y Compadres, porque la diferenciación se
hacía entre los pobres y ricos. Las clases pudientes de la ciudad pasaban el
día, como en una romería pagana, en la CERCA DE DON JORGE, que se encontraba
frente a la ermita del Espíritu Santo y Hurtado describe este día de la
siguiente forma: “después de bailes y jarana se tendían blancos manteles que en
breve se cubrían con tortillas y embutidos, hojaldres y botellas de vino y
licores que eran consumidos por los comensales entre zalamerías y discreteos”.
Iglesia de San Francisco. 1910-1912
Por otro lado, a no mucha distancia de allí, se
reunían las clases más bajas, concretamente en LA CARRERA, la explanada que se
situaba frente al convento de San Francisco y que ahora ocupa una residencia
universitaria. Allí se “corrían los gallos” pero no de manera literal como
algunos pueblos siguen haciendo, suponemos que esta práctica se había
abandonado tiempo antes, y se sustituyó por una recreación donde “los hombres
servían de rocines a las mujeres más descocadas de la villa… y que
escarranchadas en los hombros de aquellos, lo mismo daban un sablazo al aire
que una caía cabeza abajo, liadas con las cabalgaduras, dando a la publicidad
aquello que el sexo y el pudor más obligan a ocultar”.
Lo curioso es que los ricos, de vuelta a casa,
siempre hacían una parada en LA CARRERA para contemplar y mezclarse, unos más
que otros, con los más pobres.
Posteriormente se reunían en casas particulares para seguir la fiesta.
En los siguientes días del Carnaval no se
celebraba la Famosa fiesta de las Lavanderas, que se implantaría algunas décadas
después y de la que hablaremos cuando marchemos al siglo XX. El Carnaval, por
lo tanto, consistía en salir a las calles del centro con disfraces “ellas
vestidas de Jardineras, cautivas, moras o pasiegas, y ellos de payasos o
médicos de agua, sin antifaz por las ordenanzas y Pragmática que lo prohibía”.
1933. Estudiantina infantil
Eran comunes las comparsas de amigos y algo que
ahora nos llama la atención: La Tuna. La Tuna era un elemento esencial en los
Carnavales de mediados del siglo XIX. Entonces los estudiantes aprovechaban
estos días para procurarse “fondos con los que continuar sus estudios”.
Las fiestas siempre se trasladaban a las calles
más céntricas, algo que a veces se convertía en una verdadera pesadilla, porque
por una ley consuetudinaria, siempre que una de estas comparsas o la tuna
llegaba a alguna casa, los dueños estaban obligados a convidarles con
“coquillos, truchuelas, pestiños, rosas, muerte en dulce y otras “frutas de
sartén””.
1934. La comparsa "Legión de Flit".
Una de las comparsas que más éxito tenían era
la de “LA MALA VAQUILLA”. Unos cuantos jóvenes buscaban al burro más
destartalado posible y uno de ellos lo montaba con la cara tiznada. Otro con
unas varas, en las que se colgaban pieles, esquilas y cencerreos y con una
cabeza de toro de cartón, muchas veces grotesco, se dedicaba a perseguir a los
chiquillos y las chicas jóvenes. Cuando llegaban a algún lugar despejado
realizaban la representación de la suerte de varas, donde el toro embestía al
pobre burro hasta tirarlo al suelo entre las ahora incomprensibles risas de los
espectadores.
Pero todo esto siempre después del SERMÓN DE
LAS 40 HORAS, una tradición religiosa en pleno Carnaval que hace décadas que se
perdió. Estas 40 horas hacen referencias a las horas que pasó Jesús en el
sepulcro antes de resucitar y que llegó a Cáceres gracias al párroco D. Gonzalo
de Ulloa y Mendoza a partir de 1701. Se celebraba durante esos días en la
Iglesia de San Mateo con la asistencia del Cabildo. Consistía en una misa de
mañana, vísperas por las tardes, sermón y completas y por último se reservaba
el Santísimo que estaba expuesto desde la mañana. Estos días de fiesta acababan en el MIÈRCOLES
DE CENIZA y el inicio de la Cuaresma de la que ya hablaré otro día, Al Detalle.
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