Ayer día 20 de marzo llegó la primavera, al menos desde el punto de vista formal, con el equinoccio de marzo. Los equinoccios (del latín aequinoctium (aequus nocte),
"noche igual") son los momentos del año en los que el Sol está
situado en el plano del ecuador celeste. Ese día el Sol alcanza el cenit (el punto más alto en el cielo con
relación al observador, que se encuentra justo sobre su cabeza, vale decir, a
90°). El paralelo de declinación del Sol y el ecuador celeste entonces
coinciden. Ocurre dos veces por año: el 20 o 21 de marzo y el 22 o 23
de septiembre de cada año.
Como su nombre indica, en las fechas en que se producen los
equinoccios, el día tiene una duración aproximadamente igual a la de la noche
en todos los lugares de la Tierra. La duración no es exactamente igual debido
al tamaño del sol (respecto a su punto central), y a la refracción atmosférica,
que provocan que haya diferencias en la duración del día en diferentes
latitudes.
Un tema en que la astronomía siempre ha desempeñado un papel
fundamental, casi en cada lugar y en cada época, ha sido la determinación de un
calendario con el que entender los ciclos del tiempo, y con ellos los ciclos de
las cosechas de las que dependían, y que a la larga se convertiría en el
precursor de ritos y fiestas de diferente índole. Estos lugares que van del
pragmatismo al simbolismo, se convierten en centros de reunión, de culto y de
adoración. Se crea así una gestión emocional del territorio que identifica y
singulariza a distintas poblaciones. Para mostrar un ejemplo de calendario temporal convertido en altar, nos tenemos que acercar al Monumento Natural
de los Barruecos, en Malpartida de Cáceres. Allí existió un poblado amurallado,
cuyo sistema defensivo artificial completaba la defensa natural, adaptando su trazado
a la topografía del terreno. Este asentamiento puede situarse cronológicamente
entre el Neolítico Final y la aparición del Campaniforme, como apoyan los
análisis de los elementos de cultura material analizados en la zona. Así
podemos fechar estos grabados entre la etapa inicial y plena del Calcolítico en Extremadura, es decir,
principios y mediados del III milenio a.C.
Comenzamos por una roca a la que se conoce en la zona como
“La Seta”, situada en el macizo que limita el batolito en la zona SW. Es una
oquedad producida por la erosión que constituye un pequeño abrigo resguardado.
Posee varios paneles de grabados, pero nosotros nos centraremos en el que ocupa
la posición central. Lo forman nueve elementos, siendo los más representativos
las cuatro figuras antropomorfas que están asociadas a cazoletas. Aunque la
roca y los grabados son conocidos desde hace años, hace poco tiempo el
investigador Juan Rosco Madruga demostró que se trataba de un observatorio
solar que marca con bastante exactitud los equinoccios. Sobre los grabados, de
forma natural en la roca, aparece un orificio por el que penetra la luz con
diferentes ángulos, dependiendo de las fechas. Únicamente los días de los
equinoccios, y no otros, ese rayo luminoso recorre perfectamente y por completo
los antropomorfos grabados en la roca. De esta forma los habitantes de estas
tierras en el Calcolítico podían medir, con total exactitud, el tiempo, y así,
el inicio de la primavera y el otoño, de una manera que se escapa al
conocimiento de la mayoría de nosotros.
Junto a este observatorio existe una gran roca
alomada, con poca pendiente y de grandes dimensiones, a modo de gran meseta.
Hay varios aspectos de ella que me llaman la atención. La primera es que gran
parte de su superficie está cubierta de tierra, algo único en rocas de este
tamaño y altura en el entorno. Lo segundo es la presencia de unos escalones que
nos favorecen el acceso a la parte superior. Pero lo curioso es que la roca es
fácilmente accesible por distintos puntos y es totalmente innecesaria su
presencia para acceder a ella, no como ocurría en el altar de las cuatro
hermanas. No aparecen piletas ni desagües, a no ser que estén debajo de la
arena. Parece un gran escenario, o un gran graderío de observación.
Justo detrás de la roca con los antropomorfos que son
recorridos por la luz en los días del equinoccio, hay una especie de púlpito
rocoso en los que he podido fotografía una serie de oquedades o cazoletas
inéditas en la bibliografía, y que sugieren cierta manipulación humana. Con
todos estos ingredientes, y sabiendo que a pocos metros hay otro altar dedicado
a sacrificios (que pronto os mostraré), me inclino a pensar en una utilidad
distinta de esta plataforma, y que estaría destinada al culto al sol, a la
adoración de los astros y que formaría parte de una liturgia distinta, en los
que entraba en juego este gran escenario, el sol, los antropomorfos, el púlpito.
Un espectáculo que sacralizaría al dios sol, a las estrellas...
En estos tiempos en los que miramos la pantalla del móvil para saber qué tiempo va a hacer en el día en lugar de asomarnos a la ventana y aprender a interpretar lo que el cielo nos dice, no podemos olvidar que nuestros ancestros interpretaban las señales de la naturaleza, los ciclos de los astros y el saber heredado para adaptar los ritmos agrícolas y festivos. Algunos de esos observatorios nos han llegado hasta hoy y por eso os he querido enseñar uno, al lado de nuestra ciudad, Al Detalle.
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