Es curioso
cómo a veces limitamos nuestra visión del campo, la naturaleza, y casi de la
vida, a lo que alcanza nuestra vista desde las carreteras que transitamos. Si
hiciéramos el sencillo ejercicio de abandonar, aunque sea por unos minutos, las
vías asfaltadas para explorar los caminos de tierra, pisando directamente el
suelo, nos daríamos cuenta de que nos proporciona mucha más felicidad,
satisfacción y bienestar que el allanado asfalto. La visión del mundo se nos
ampliaría, y con ella la de nosotros mismos.
Muchas
veces piso la tierra de esos caminos, pero otras veces lo hago montado en mi
bicicleta. Hace poco decidí salir a explorar un nuevo camino, sin mayor
pretensión que el de ampliar las rutas que vamos consolidando los que salimos
mucho con la bici de montaña. Al atravesar Aldea del Cano, me encontré con el
amigo Fernando, un gran senderista que conoce perfectamente aquellos campos y
me indicó una ruta nueva que partía del camino nuevo que iba buscando y que me
llevaría a un lugar curioso: una encina situada en la confluencia de cuatro
términos municipales: Aldea del Cano, Casas de Don Antonio, Torrequemada y
Torremocha. Aunque la idea de explorar un camino nuevo que parte de un camino
desconocido podría echar para atrás, me subí a la bici y me fui para allá,
porque aunque la curiosidad mató al gato, también ayuda al bloguero.
El lugar es
verdaderamente precioso, con su pequeño arroyo, muros de piedra, vacas que me
ignoran (afortunadamente) y el incipiente estallido de la dehesa a finales del
invierno. Una belleza que sólo se puede disfrutar desde dentro, accesible
sólo al que se adentra en su grandeza y su misterio. El grito incansable de los
cientos de grullas que pueblan la zona es lo único que se escucha y justo en el
punto donde confluyen los cuatro términos municipales, una imponente encina con
cuatro ramas, cada una de ellas dirigida a cada uno de estos municipios,
partiendo del mismo tocón. No sé si por la fortuna, o gracias a la intervención
de la mano del hombre, el resultado es que cada uno de estos términos
municipales es “propietario” de cada una de las ramas. Podría hacer cursis
símiles con la identidad de los pueblos, los sentimientos de las
individualidades en el colectivo… pero hoy ya he cumplido con el cupo de
cursilerías.
Junto
al árbol, un monolito que destaca ese lugar cómo el del punto de confluencia. En
cada una de las caras debería estar grabado la inicial del pueblo al que está
orientada o algún distintivo del mismo. A decir verdad sólo distingo dos de
ellas, mientras que lo grabado en otras dos caras resultan símbolos que
desconozco (si alguien sabe qué significan que escriba en comentarios). Os dejo
algunas fotos de la encina y el entorno y os invito a desterrar (aunque sea
sólo un rato) el asfalto, a pisar la tierra de caminos que ayudarán a ampliar
nuestra visión del entorno, del mundo y de vosotros mismos.
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