Como todos los años, el pasado 13
de junio se celebró en Cáceres la procesión de San Antonio, que parte de la
judería vieja y llega a San Mateo desde donde regresa tras una eucaristía. No
es, ni mucho menos, la procesión más multitudinaria de la ciudad; ni la más
sobria o más vistosa, aunque seguro que es la que mejor conserva el sabor,
olor y el sonido de la verdadera tradición cacereña.
En esta ciudad que ha permitido
contaminarse con costaleros (apartando a la horquilla por un simple postureo),
que adopta manifestaciones sureñas en un desprecio consentido y aplaudido a las
señas identitarias de nuestra ciudad, existe aún una ventana que nos permite asomarnos
y ver quiénes éramos y mostrarnos de primera mano lo que queremos ser para
lograr lo que nunca seremos.
Esta humilde procesión se acompaña de una
charanga que entona la famosa canción de “Los Pajaritos de San Antonio”. Los
más emocionante es que todo el cortejo va acompañando al Santo y cantando esta
monótona y repetitiva canción, sin descanso ni desaliento, en un verdadero
ejercicio de participación (y no de obervación).
Otro momento, que no logro entender
(como la mayoría de las acciones fanáticas), se produce cuando se acaba la
canción del Redoble y la gente asalta al Santo para hacerse con una de las
flores que adornan sus humildes andas. Y es justo en el momento antes donde me
quiero detener: en el baile del Redoble.
Muchos de vosotros no conoceréis mi
vinculación con el mundo del folkclore desde hace más de 25 años. Esto me dio
la oportunidad, sería en 1995 o 1996, de cantar la famosa jota cacereña a la
llegada de San Antonio a su ermita. Como la mayoría de los cacereños empezamos
la primera estrofa diciendo: “las de la calle Caleros se lavan con…”, al igual
que se sigue haciendo por la mayoría. Al finalizar la canción, y una vez
acabada la fiesta, se nos acercó una señora muy mayor, pero con esa experiencia
y sabiduría que se reconoce inmediatamente, y nos dijo: “la cantáis mal, no es
así”. Nos quedamos algo sorprendidos pero con las ganas de conocer el error, y
nos dijo que la canción era: “Las del Caminito Llano se lavan con aguardiente.
Las de la Calle Calero, con agüita de la fuente”. Nos encantó, además, la
explicación: “las de Caleros íbamos por agua a Concejo, y las otras tenía fama
de borrachas”. Según dijo esto se marchó con una medio sonrisa.
Yo no había reconocido a la señora
que nos había corregido, y fue entonces cuando alguien se acercó y me dijo: es
Teresa, la Navera. En ese momento fui consciente de haber recibido una lección
de una de las personas que más han hecho por la música tradicional de la ciudad
(fundamentalmente por la saeta) y que de alguna manera me había permitido conectar
con un pasado en el que las tradiciones seguían vivas, como sigue ocurriendo en
la Procesión de San Antonio, y por supuesto, ya no he vuelto a cantar el
Redoble de otra manera.
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