Una mañana soleada con ese fresco agradable que ofrecen las estaciones de transición a los extremos, decidí cambiar mis rutas habituales e ir a la zona del Casar de Cáceres; pasar por su ermita de San Blas y San Benito (que ya os enseñaré más adelante) para dirigirme a un bujío que siempre me llamaba la atención cuando transitaba por la autovía A66 en mis trayectos diarios al trabajo. En un alto, paralelo a la carretera se ve, junto a un mastodóntico y horrible depósito, un blanco y solitario bujío. Cada vez que pasaba por él pensaba en las buenas vistas que debía de tener y en mi mente planeaba la ruta para el siguiente fin de semana, pero por unas cosas o por otras, ese momento se fue demorando sin ninguna explicación racional.
Finalmente un día decidí preparar la ruta con los mapas, como suelo hacer, para comprobar los caminos, su titularidad pública, o no, y posibles puntos de interés cercano. Me subí a la bici, y antes de lo que podría parecer fui ascendiendo por el "camino del cebollar", poco transitado y que se iba aclarando de vegetación abruptamente, hasta que empecé a divisar un mastodóntico y horrible depósito, el precioso y maltrecho bujío... y unos acompañantes que no esperaba: unos cuantos buitres posados sobre su tejado y en "dientes de perro" que asomaban tímidos a su alrededor.
Me acerqué lo más sigilosamente posible para poder fotografiarlos, aunque no tuve demasiado éxito, ya que se percataron de mi presencia y sólo algunos permanecieron el tiempo suficiente como para que pudiera sacar la cámara y captar algunas de las imágenes que acompañan este texto. Sé que a veces me pongo algo intenso con este tipo de momentos, pero realmente son especiales, reconfortantes, emocionantes, tranquilizantes aunque a la vez desconcertantes por lo imprevisto... pero en definitiva son esos momentos que te regala el campo, la bici y el patrimonio vernáculo olvidado. Alargué el máximo el tiempo que permanecí muy quieto con la cámara, pero poco a poco, sin un orden establecido, pero con una aparente coreografía estudiada, los buitres fueron despegando, sin prisa, sin estrés, pero con decisión; como los miedos y las penas que en muchas ocasiones nos atormentan. Finalmente abandonaron el bujío y pude acercarme a "disfrutar" de sus grafitis e imaginar la vida de Francisco Benito en aquel lugar en los años siguientes a la guerra. Sepultaban mis pensamientos las sensaciones de soledad, miseria y desolación que debieron de pasar varias generaciones en lugares como éste y más en esos años en blanco y negro de nuestro país.
Tras pasar un prudencial tiempo mostrándole mis respetos a una edificación tan humilde pero que significó tanto en la humilde vida de nuestros antepasados, también tuve tiempo a "perdonar" a quien le añadió aquella puerta de aluminio y con las sensaciones encontradas de la emoción del descubrimiento, del encuentro con los buitres y la tristeza que transmiten los famélicos restos de estos bujíos con sus historias, continúo ruta pudiendo contemplar preciosas imágenes del pantano de José María Oriol y las infraestructuras viarias que lo atraviesan. Al menos, cada vez que pase por la autovía y vea aquel mastodóntico y horrible depósito y el precioso y maltrecho bujío, no tendré la sensación de deberle una visita, y por eso os lo he querido enseñar hoy, Al Detalle.
P.D. El bujío se encuentra en la finca Vando Del Monte, en el término municipal de Cáceres según el registro catastral, a una altitud de 333m exactamente.
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