Hoy traemos a nuestro blog una joya de la arquitectura vernácula extremeña, un testimonio silencioso de la vida en el campo que se alza en la dehesa de Albalá, en la carretera que conduce a Aldea del Cano. Se asienta en la finca PILON (Polígono 11 Parcela 122, según referencia catastral), una humilde pero poderosa edificación que nos recuerda de dónde venimos y lo que estamos a punto de perder.
El bujío que observamos es un ejemplo magnífico de la Arquitectura de Piedra Seca, una técnica ancestral declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Se alza sobre un terreno perfectamente mimetizado con el entorno de la dehesa de encinas y matorral. Su construcción es puramente vernácula, levantada a "hueso", piedra sobre piedra sin el uso de argamasa o cemento. Esta destreza constructiva, transmitida de generación en generación, confiere a la estructura una estabilidad asombrosa que le ha permitido desafiar el paso del tiempo.
Su tipología es esencialmente troncocónica, con paredes de mampostería irregular que se elevan desde la base rocosa del terreno. La techumbre se resuelve mediante el sistema de falsa cúpula o falsa bóveda por aproximación de hiladas, donde cada piedra de la capa superior sobresale ligeramente sobre la inferior hasta cerrar el hueco. Exteriormente, esta cúpula se remata con una capa de tierra que, con el tiempo y el abandono, permite el crecimiento de la vegetación natural (hierbas y pasto seco), tal como se aprecia en la foto. La única abertura es la entrada, un vano bajo y estrecho rematado con un pequeño dintel triangular de piedra, que refuerza la solidez de la fachada y sirve como un elemento de ventilación (cuando tuviera puerta) y de decoración.
Históricamente, la función del bujío ha estado ligada al uso pastoril y agrícola de la dehesa como ya os he contado tantas veces. Era el cobijo fundamental del pastor y del vaquero frente a las inclemencias del tiempo, sirviendo como refugio temporal o incluso como vivienda esporádica durante las largas faenas en el campo. También era un rudimentario almacén para guardar aperos, herramientas o víveres básicos, articulando así el paisaje cultural y dando sentido a un modo de vida basado en el conocimiento profundo de la naturaleza.
Y sin embargo, al contemplar esta estructura de piedra, el corazón se encoge con una punzada de melancolía. El bujío de Albalá, como cientos de sus hermanos dispersos por la penillanura extremeña, se encuentra en el más cruel de los peligros: el olvido.
Cuando el pastor abandonó el campo, cuando el ritmo de vida cambió y la dehesa dejó de necesitar la vigilancia constante, estos refugios perdieron su voz. Ahora son testigos mudos del silencio rural, esperando que la lluvia y el viento terminen la obra iniciada por el desarraigo. Cada piedra que cae de sus muros es un fragmento de memoria que se desprende, un eslabón de la cadena de nuestra historia popular que se rompe para siempre. No es solo un conjunto de rocas; es la memoria de nuestros ancestros, una lección de humildad y supervivencia escrita en piedra.
¿Qué haremos cuando el último bujío se convierta en un montón de escombros? Habremos perdido algo irrecuperable: el rastro físico de la inteligencia de la necesidad, la belleza ascética de lo esencial. Es un crimen que este Patrimonio de la Humanidad se disuelva en la tierra de la que nació, no por un cataclismo natural, sino por nuestra indiferencia. Al salvar el bujío, no solo salvamos la piedra: salvamos el alma extremeña, la esencia de un pueblo que aprendió a vivir en perfecta alianza con el territorio. Es hora de volver a mirar al campo con el respeto de quien sabe que la mayor riqueza está en aquello que no tiene precio.
El destino de este bujío está en nuestras manos. ¿Aceptaremos ser la generación que permitió que esta sabiduría desapareciera? Pues me temo que sí, y por eso, para honrar su memoria, os lo he querido enseñar, Al Detalle.
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