La primera vez que reparé en esta vidriera me di cuenta de que no apreciaba bien sus detalles, al ser pequeños y encontrarse a gran altura. Por eso me fui a por una cámara con un zoom más potente del que suelo usar habitualmente. Tras una buena sesión de fotos, corrí a casa para ver con más detalle todas esas sorpresas que había percibido al acercarme con mi cámara a aquel escudo. Lo que no fue una sorpresa fue comprobar que pertenecía a un obispo, pues se distinguen fácilmente los elementos característicos de sus escudos: el capelo (sombrero) sobre una cruz y el cordón con seis borlas a cada lado de la figura central, es decir, un total de doce. En el centro, el escudo presenta cuatro escenas bien diferenciadas y, bajo ellas, una banda con unas letras que ya a primera vista identifiqué como escritas en latín.
No hace demasiado os enseñaba una vidriera opacada en el Santuario de Nuestra Señora de la Virgen de la Montaña. La trajimos a la vida gracias a la inteligencia artificial y, además, pudimos fecharla hacia la mitad de los años veinte del siglo pasado, descartando así las hipótesis de algunos libros que la databan en los años sesenta o incluso en los setenta del mismo siglo.
Hoy nos vamos a fijar en una vidriera más moderna (finales de los años sesenta) y de una calidad algo menor que la del Santuario de nuestra Patrona, pero que guarda una interesante simbología y el legado espiritual de uno de los obispos más queridos que ha tenido nuestra diócesis en las últimas décadas.
Nos vamos a situar, en esta ocasión, en los pies de nuestra Concatedral. Aunque desde dentro no puede verse, porque está tapada por el órgano, podemos dirigir nuestra mirada desde fuera hacia la vidriera del óculo sobre la portada y observar sus elementos; eso sí, aparecen invertidos al estar diseñados para ser contemplados desde el interior. Lo que vemos desde fuera no posee el colorido ni el brillo originales con los que debería contemplarse, pero sí los suficientes elementos como para considerar que es una auténtica joya, plasmación del pensamiento espiritual de un obispo muy querido en nuestra ciudad durante los casi treinta años en los que estuvo al frente de la diócesis. Por eso hoy vamos a recorrerla al detalle e intentar descifrar su significado y fecharla de manera precisa y documentada.
Podéis comprender que lo primero que hice al llegar a casa fue retocar las imágenes dándoles la vuelta, ya que, como decía, la vidriera está hecha para ser vista desde dentro, e intentar así identificar el lema. La verdad es que no fue demasiado complicado averiguar lo que pone, ya que está escrito de una forma bastante legible:
“Omnibus omnia factum sum, ut omnes facerem salvos.”
Esta cita aparece en la carta a los Corintios (9,22) y, si hacemos una traducción literal, resultaría algo extraña: “me he hecho todo con todos para salvarlos a todos”. Más adelante daremos una traducción menos literal y mucho más clara, pero, en resumen, expresa la idea de adaptarse a las circunstancias y necesidades de los demás para poder serles de utilidad en su salvación.
Comencé inmediatamente la búsqueda de la relación que podría tener este lema con Cáceres y pronto encontré que era el lema que utilizaba don Manuel Llopis Iborra. Ya teníamos una pista importante. Pero, claro, si el órgano, que yo tenía entendido que era de principios del siglo XVIII, tapa la vidriera, esta no podría ser del siglo XX... ¿o sí?
Os voy a ir detallando todo lo que fui averiguando y lo que me lleva a las conclusiones finales de esta investigación. Yo sabía que don Manuel había impulsado grandes transformaciones y realizado importantes obras en muchas partes de nuestra ciudad, pero también, y fundamentalmente, en la Concatedral de Santa María durante los 27 años que fue obispo de la diócesis de Coria-Cáceres (y, al serlo, Santa María se convierte en Concatedral).
Entonces recordé un importante trabajo escrito por el que fue deán presidente del Cabildo Concatedral y delegado diocesano de Patrimonio Cultural, don José Antonio Fuentes Caballero, titulado Cincuenta años de las obras de restauración de la Concatedral de Santa María de Cáceres, donde se habla pormenorizadamente de dichas obras. En este texto solo nos referiremos a las vidrieras y al coro, que es lo que nos atañe.
Sobre las vidrieras se dice que en las actas capitulares del 1 de diciembre de 1969 consta que se han colocado las “vidrieras fabricadas por la empresa Atienza en el ábside y en el interior del templo” y que fueron financiadas por doña Dolores de Carvajal, esposa de don Álvaro Cabestany, propietaria del Palacio de Carvajal por aquellos años. Aunque nada se indica sobre la vidriera de los pies del templo, podemos enmarcarla entre las que se dicen “del interior del templo” y, por tanto, fecharla en el año 1969. Es importante recordar que don Manuel Llopis Iborra fue obispo de Cáceres entre 1950 y 1977.
Por aquellos años el órgano estaba muy deteriorado. Había sido fabricado por Manuel de la Viña en 1703, aunque sufrió una importante reparación en 1773, como consta en el propio instrumento. Varias empresas optaron a su restauración, aceptándose finalmente el presupuesto presentado por la empresa ORGAMUSIC. Esta intervención supuso la incorporación, a los lados de la caja central, de dos series de amplios tubos, lo que, según el trabajo mencionado, lo convirtió en un órgano de estilo romántico. Del antiguo se aprovecharon la caja exterior y nueve juegos de tubos.
El órgano reformado, y por lo tanto el actual, dispone de dos teclados manuales de 61 notas, un pedalero y veinte juegos de tubos, sumando un total de 1360 tubos funcionales. Toda esta remodelación ascendió a un coste de 1.412.135 pesetas. Lo interesante es que el nuevo tamaño del órgano llevó a decidir su traslado al centro del coro, aunque “tapara la vidriera”, como recoge la sesión capitular del 6 de diciembre de 1972. Es decir, tenemos una vidriera nueva, colocada aproximadamente en 1969 y tapada probablemente en 1973, por lo que solo lució entre tres y cuatro años, mientras que el resto del tiempo ha permanecido en total oscuridad.
Ahora vamos a describir la vidriera del óculo situado a los pies de la iglesia de Santa María. Una vez investigada la simbología que aparece en el escudo, no me queda la menor duda de que se trata del escudo del obispo Manuel Llopis Iborra. Veamos a continuación por qué llegué a esta conclusión.
Antes de comenzar, aclararé que hablaré del escudo como si lo viéramos desde dentro, que es como fue diseñado, siendo conscientes de que desde fuera lo observamos invertido. Bajo él aparece, como ya dijimos, una banda con el lema que, si olvidamos las traducciones totalmente literales, podemos interpretar como: “estoy dispuesto a entregarlo todo a todos para que todos se salven”, lema utilizado habitualmente por don Manuel y que escogió para reflejar sus años de obispo en nuestra diócesis.
· Primer cuartel. Vemos representada la Eucaristía: el cáliz con la hostia consagrada con el monograma de Jesús, JHS (Jesus Hominum Salvator), flanqueado por llamas. Esta figura no muestra la institución de la Eucaristía en la Última Cena (Mateo 26, Lucas 22, Corintios 11), sino que nos recuerda el sacrificio de Cristo por todos, algo directamente relacionado con el lema de don Manuel. Además, representa la Nueva Alianza, donde Jesús se ofrece como alimento espiritual para salvar a la humanidad. Quizá no haya una conexión directa, pero me vino a la mente que don Manuel construyó en el antiguo cementerio de Santa María la actual capilla del Santísimo Sacramento, donde además descansan sus restos, aunque falleció fuera de nuestra ciudad.
· Segundo cuartel. Un ángel con espada y una cruz. Con toda probabilidad se trata del arcángel San Miguel, recordemos que tiene una capilla propia junto al altar mayor de la iglesia. Alude a la protección divina y a la custodia de las almas, ya que los ángeles cuidan, guían y protegen (Éxodo 23, Mateo 18). San Miguel es el Defensor del Pueblo de Dios (Apocalipsis 12) y porta la cruz, símbolo del poder redentor de Cristo para repeler a los demonios y proclamar la soberanía de Dios. Si se me permite especular, se podría incluso relacionar con el pasado de Llopis Iborra, ya que fue párroco del Santo Ángel Custodio de Valencia desde 1942.
· Tercer cuartel. Podemos ver un mar junto a dos torres coronadas por sendas banderas y, en el centro, en el cielo, posiblemente una cruz patriarcal. La fortaleza es un símbolo común para expresar la fuerza de Dios y de su pueblo, como aparece en el Salmo 18: “El Señor es mi roca, mi alcázar, mi libertad”. Las banderas simbolizan la victoria, la proclamación y el testimonio de la fe (Éxodo 17, Isaías 18). Esa fortaleza, erguida sobre un mar enfurecido y de fuertes olas, representa a los enemigos espirituales o las persecuciones históricas.
· Cuarto cuartel. En él vemos un gran edificio, una “columna” y una barca. Ese edificio repleto de ventanas y con una chimenea, y esa columna, o más bien un obelisco, representan con mucha probabilidad al Vaticano: la Iglesia fundada por Pedro, el pescador de hombres. Por eso aparece frente a la construcción la barca. No es raro que se represente la sede de la Iglesia de Roma junto al obelisco de la plaza de San Pedro, símbolo del martirio de Pedro y de la centralidad del poder del Vaticano. Recordemos que Pedro fue crucificado en el circo de Nerón junto al obelisco, y que él mismo es el fundamento y guía de la Iglesia, representada por la barca, símbolo de su misión de “pescador de hombres”. Esta imagen combina varios símbolos para reforzar la idea de una Iglesia universal bajo la guía de Pedro, cuyo testimonio es faro para toda la cristiandad.
Podemos, por tanto, afirmar, o al menos suponer, que don Manuel, bajo su lema de “darlo todo para salvar a todos”, representa en su escudo la Eucaristía por su profunda fe y devoción al principal misterio de la fe católica, al que incluso dedicó una capilla en la Catedral. El ángel con la espada y la cruz es testimonio de su defensa pastoral; le sigue la imagen de la sede de la Iglesia fundada por Pedro en Roma y del poder que emana de la obra apostólica; y culmina con la representación de la fortaleza como símbolo de la protección y la victoria que ofrece la Iglesia frente a las dificultades.
Y, ya especulando un poco más, podemos intuir que la vidriera es un testimonio a dos niveles: el superior refleja lo divino, lo espiritual, mientras que el inferior nos habla de lo terrenal, de la Iglesia más cercana al suelo, pero con la mirada puesta en la Eucaristía y la fe. Es un puente entre lo visible y lo invisible, entre la realidad celestial y la misión terrenal de la Iglesia. Un precioso mensaje que don Manuel quiso dejarnos escrito en vidrio y que, a pesar de no ser visible desde el interior del templo, sigue iluminando, hacia el exterior, a quien se detenga a contemplarlo, por eso os lo he querido mostrar hoy, Al Detalle.















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