Para los que somos de Cáceres de toda la vida, y los hijos de modistas como yo, no nos sorprende ir a la ermita de San Antonio de la Quebrada, en la judería, y encontrarnos la pila del agua bendita llena de alfileres. Hace unos días visitándola, unos turistas se sorprendían al ver esas agujas en el lugar donde debería estar la bendita agua y les tuve que explicar el origen de esta vieja tradición tan cacereña.
Todo el mundo sabe que San Antonio, además de ayudarte a encontrar objetos perdidos, ayuda a encontrar pareja. Esta creencia está muy extendida y hay refranes locales que lo atestiguan, como el que dice: " La moza que a los quince años no se ha echao novio, que se arrime a los sayos de San Antonio". Pero en la ciudad tiene una particularidad; las "modistillas" tenían la costumbre de recoger los alfileres doblados que ya no servían y llevarlos a la ermita del santo. Las mozas y los mozos, al entrar metían la mano en la pila y apretaban fuerte contra la piedra, y al sacarla, el número de alfileres que se hubiesen quedado pegados a la mano era el número de novios o novias que iban, por suerte o por desgracia, a tener en su vida.
Actualmente se sigue manteniendo la tradición y muchos cacereños, como yo, hacemos este ritual ya de forma anecdótica y no por verdadera creencia. Y hay algo más que me han contado siempre en casa. Cuando el caso era ya grave y la modistilla no encontraba novio, había una forma para que el Santo se diera algo más de prisa, y no era otra cosa que, cuando nadie miraba, enseñarle la tiranta del sujetador al escandalizado San Antonio.
Ahora, y aprovechando la ocasión, os hablaré ligeramente de esta ermita, que se sitúa en el solar donde en su día se encontraba la Sinagoga de la judería vieja. Se trata de un sencillo templo de reducidas dimensiones, con
muros de mampostería y una sola nave, en el que únicamente destaca un pórtico
de tres arcos que se sostienen sobre dos pilastras de sillares, en la parte
delantera, y sobre el muro de la ermita, en la trasera. En la misma línea de
sencillez está el retablo que preside la ermita, obra realizada en 1767 por el
tallista José González, en el que se veneran las imágenes de San Antonio de
Padua, San Juan Bautista y la Sagrada Familia; en el remate, a San Miguel
Arcángel.
Unas escaleras permiten el acceso al interior de la ermita,
cuya planta se encuentra por debajo del nivel del suelo. Se cubre con una
bóveda de cañón con dos lunetos, nuevamente encalada. El tejado es a tres aguas
y en él encontramos una espadaña muy sencilla, con frontón triangular, y dos
pequeñas linternas coronadas en cúpula.
La ermita de San Antonio fue profundamente reformada a
partir de 1661, cuando en las mandas testamentarias del portugués Francisco
Díaz Suárez, vecino de Portalegre, se destina un dinero para construir la
cúpula sobre el altar y cubrir con bóveda el resto de la nave. Seguramente
hasta entonces la ermita había tenido una humilde cubierta de madera.
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