A escasos
100 metros de la carretera del Pantano de Valdesalor, en el incansable término
municipal de Cáceres, en la dehesa de
“El Cachorro” encontramos este esquelético bujío, las ruinas de una zahúrda y
los restos de unas “corralás”. La luz de las crecientes tardes de primavera, el
tierno verde de un abril regalado por las tardías lluvias, y con ganas de
explotar en vida, junto el reflejo del sol en el creciente pantano, hicieron de esta
visita uno de esos momentos que duran unos minutos, pero que por lo penetrante
de su intensidad, parecen durar una agradable y efímera eternidad.
Junto a una
pujante encina, el bujío, huérfano de techumbre, sencillo pero honesto en sus
líneas y función. Dentro, donde hace décadas algún pastor se protegía del frío
y de la lluvia, guardando sus aperos haciendo de este minúsculo rincón un hogar
donde hacer parte de su vida, sólo quedan dos pequeñas hornacinas, nada más.
Fuera, una pequeña zahúrda que conserva su esqueleto en un perfecto estado de
ruina, soportando como puede, el paso de los años. En frente, círculos de
piedra que debieron de ser unas “corralás”, como se las conoce en la zona.
Al fondo el
Castillo de “El Cachorro” (que ya os enseñé hace tiempo) que comparte dehesa
con nuestro protagonista de hoy. “El Cachorro” era el nombre que recibía Don
Gonzalo de Ulloa y Carvajal, IV Señor de Torreorgaz, que nació el 5 de enero de
1582 y que falleció en diciembre de 1629. Contrajo matrimonio con Doña Francisca
de Mendoza en 1613.
Los
grandes blasones de la nobleza, los pomposos títulos y la cantería, contrastan
con la noble humildad de los bujíos, las zahúrdas y la mampostería, y me llama
la atención que tanto unos edificios como otros terminan siendo preciosas y
simples ruinas. Quisiera recordar que estos restos se encuentran en una finca
privada en la que suele haber ganado vacuno suelto. Si alguien decide visitar
el lugar debe ser consciente de ser cauteloso y respetuoso con los animales,
las ruinas y el entorno.
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