Hoy os quiero enseñar un lugar algo lejano a la ciudad de Cáceres, cerca de Garrovillas, hasta donde las piernas me llevaron una mañana de invierno. El lugar se encuentra alejado de la carretera, pero merece la pena acercarse a mirar lo poquito que queda de esta ermita del siglo XVI-XVII.
El único acompañante del último tramo del camino fue un enorme mastín que me miraba como quien mira a alguien fuera de lugar, a alguien que se ha perdido, o a alguien que va a visitar algo sin ningún interés. Su afortunada pereza permitió que me acercara a ver estas ruinas sin el miedo habitual que me dan estos animalillos en el camino.

Lo primero que se ve a lo lejos son los restos de un crucero de piedra, descabezado al que le han añadido una humilde cruz de hierro, pero que se mantiene solemne frente al paso del tiempo. Justo en frente un cartel de madera con el nombre de la ermita y mucha ruina, no hay mucho más, pero es que no hace falta, las ruinas hablan por sí mismas, cuentan su historia, o al menos mi mente se inventa historias, se emociona o fabula sobre nacimientos, romerías y muertes pasadas... un lugar de reunión, de ilusión, de devoción.
Me gusta, además, suponer las razones de su abandono y las razones por las que se mantienen aquellos restos en este lugar y por qué sus materiales no fueron reutilizados del todo en otras construcciones. Os pongo algunas fotos en las que sale mi compañera de caminos.
Espero que os guste este vestigio del pasado que se mantiene en pie a duras penas con la ilusión de que alguien se acerque y lo reviva unos instantes, al menos, con la imaginación.
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