Segunda mitad del siglo XVII,
Cáceres, como el resto del país, arrastra las estrecheces de guerras que no se
sabe cuándo empezaron y cuya sombra parece interminable. Ciudad de nobles y
sirvientes, artesanos y pobres, muchos pobres, que miran con desespero a la
nobleza pavonearse a la salida de misa en Santa María, en la plaza o paseando a
caballo por la Ribera del Marco. Un pequeño de cinco años, destinado a heredar
el condado de su padre, pasea una mañana nubosa de invierno con la niñera que
lo cuida desde que nació. Al salir de la misa de la mañana en Santa María, como
hacían cada día, uno de los caballos amarrados a una carroza que esperaba a los
amos en esta misma plazuela, se asustó y desbocó, arrollando al pequeño, al que
una de las grandes ruedas aplastó sus cortas piernas. Tendido en el suelo no
presentaba ningún signo de vida, no respiraba. La niñera lo agarró con fuerza,
con una mezcla de dolor y temor y llevó el inerte cuerpo del infante frente a
sus padres, que no podían creer lo que estaba pasando, y que se aferraban al
cuerpo de su hijo entre gritos y sollozos. La madre, gran devota de Nuestra
Señora de Guadalupe, le pidió a la Virgen que intercediera y salvara la vida de
su pequeño, y antes de acabar la plegaria, las nubes de aquella lluviosa mañana
de invierno se abrieron, y un resplandeciente rayo del sol entró por la
ventana e iluminó la cara del niño que yacía sobre las losas de granito. De
pronto éste despertó, como despertaba cada día de su siesta, como si nada
hubiera pasado, y en su cuerpo, únicamente las marcas de los grandes clavos de
las ruedas. De inmediato comenzó a caminar observando como sus padres, y la
niñera que tanto le quería, le miraban con lágrimas en los ojos, sin entender
bien qué es lo que estaba pasando. Todos, menos el niño, comprendieron que
había ocurrido un milagro gracias a Nuestra Señora Guadalupe. Los padres
decidieron contratar los servicios de un pintor local para que realizara un
exvoto para
que todos conozcamos la bondad y poder de Nuestra Señora de Guadalupe y que
durante siglos todos los cacereños sepamos que en 1672 la Virgen obró un milagro
y salvó la vida de un niño de cinco años.
En los exvotos pictóricos siempre
existen dos partes bien diferenciadas: la terrenal y la textual. En la parte
terrenal se representa al beneficiario del favor divino, o en forma de RETRATO,
ILUSTRATIVA (que muestra justo el momento del suceso o milagro) o NARRATIVA (con
varias escenas que narran el hecho milagroso). La parte TEXTUAL es un pequeño
escrito que nos describe lo sucedido con mayor o menor detalle.
El exvoto de la ermita del Vaquero
es un retrato que sigue las fórmulas del retrato cortesano infantil del siglo
XVII. Aparece el niño de rodillas, en una posición oblicua que aporta dinamismo
a lo que en sí es una posición estática, y además da gran profundidad a la
escena. Está vestido con ricos ropajes representados muy minuciosamente. Destaca
la iluminación y el gran contraste entre el pequeño y el fondo, en una clara
influencia del tenebrismo tan común en el barroco. En el fondo vemos la rueda
del carro que aplastó las piernas del pequeño.
En la parte superior izquierda, la zona focal de la iluminación, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Junto a las rodillas del pequeño un sombrero boca arriba cuyo significado simbólico desconozco. En la esquina inferior izquierda una leyenda ovalada que nos cuenta cómo, dónde y cuándo ocurrió el milagro:
En la parte superior izquierda, la zona focal de la iluminación, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Junto a las rodillas del pequeño un sombrero boca arriba cuyo significado simbólico desconozco. En la esquina inferior izquierda una leyenda ovalada que nos cuenta cómo, dónde y cuándo ocurrió el milagro:
"Estando este niño en la plazuela de Santa María de esta villa, le derribó un coche y le pasó una rueda por sus piernas. Lleváronsele a sus padres, que viendo el caso y viendo a su hijo como muerto, llamaron muy de corazón a la Virgen María del Vaquero, por ser muy sus devotos. Mirando al niño le hallaron solo señales de los clavos sin otra lesión ni daño. A poco, el niño anduvo luego con admiración de los que le vieron bueno. Niño de cinco años. Año de 1672"
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