Sé que está algo lejos de mi zona habitual de trabajo, pero cuando un amigo te llama y pronuncia en la misma frase las palabras: CONVENTO y RUINAS, no puedes negarte embriagado por la emoción.
El convento
se encuentra a unos 5 Kilómetros al oeste de la villa cacereña de Deleitosa,
aproximadamente. El lugar es aún hoy, muy húmedo y fragoso, circunstancia que
dió origen a su sobrenombre, debido a la persistente exhuberancia (vicio) de la
vegetación autóctona. Hay otra versión para el origen de este nombre, porque el
Convento fue también llamado el Convento de los Habaneros, al
emplazarse junto a unas huertas de habas. Lo curioso es que en la zona también
se conocen a las habas como vicios, por lo que esto también explicaría el
apelativo de “viciosa” en relación a estas legumbres.
Se levantó
alrededor de un pabellón de caza que tenían allí los condes, y su construcción
fue del gusto de aquellos frailes mendicantes: tosca y sencilla, a semejanza
del convento del Palancar. Debido a las pésimas condiciones de habitabilidad
que reunía aquel edificio, y que según la tradición fueron la causa de que San
Pedro de Alcántara enfermase en él para morir poco después en Arenas. Unido a
lo alejado del convento de los pueblos de su guardianía de los que dependían
sus limosnas y sustento, los frailes solicitaron al patrón D. Juan Álvarez de
Toledo, que edificase un nuevo convento en un lugar cercano, pero más
saludable, a lo que el conde se negó. Entonces, previa licencia del
Ayuntamiento de Trujillo, el obispo de Plasencia y el Consejo Real, en enero de
1603, la comunidad franciscana de La Viciosa se trasladó definitivamente a la
ermita de Sta. María de la Magdalena, extramuros, aunque muy próxima, a la
ciudad trujillana, donde edificaron un nuevo convento.
Los
franciscanos entregaron el convento de la Viciosa y sus pertenencias al conde
de Oropesa y Deleitosa, quien envió a su administrador en Belvís y Alcalde
Mayor de aquella villa para recibir la casa. Seguidamente, el patrono entregó el
convento a los padres Agustinos Recoletos, quienes sí consiguieron del conde
que les edificase un nuevo edificio junto al anterior, que quedó abandonado.
Los
agustinos lo habitaron hasta la Desamortización general decretada por Juan
Álvarez Mendizábal en 1836, y a partir de entonces comenzó su progresivo
deterioro.
En la
actualidad sólo quedan las ruinas de aquel nuevo cenobio, y una capilla
conocida como “de San Pedro de Alcántara”, que se usa como pajar de la finca, y
que probablemente fue un eremitorio para recogimiento y penitencia de los
franciscanos descalzos originales.
Para
visitar este precioso lugar nos dirigimos hacia el cuartel de la Guardia Civil
y tomamos la calle que sale justo enfrente del matadero por el camino de
Jaraicejo. Un poco más adelante empieza la señalización de esta ruta en el
abrevadero para uso ganadero. Transcurridos unos 500 metros el camino se desvía
a la derecha entre tapiales de piedra hasta llagar al Valle Gusano y después al
Arroyo Pedro García. Seguimos nuestro camino y tras una cuesta empedrada, pero
poco pronunciada, alcanzamos la Cañada del Alcalde, que nos recuerda el antiguo
trasiego de ganado por esta zona. Aquí abandonamos la ruta y seguimos la
señalización que nos lleva al paraje conocido como la Mesa del Arco.
Qué tendrán las ruinas que las hacen tan atractivas como un palacio bien conservado... Creo (opinión particular, por supuesto) que si el día hubiese sido algo más oscuro y nublado, las fotos habrían ganado todavía más en ese toque decadente.
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