Hace un tiempo unos amigos de la página de Facebook se
pusieron en contacto conmigo para enseñarme las fotos de una casa abandonada
cerca de Sierra de Fuentes. Por unas cosas o por otras, hasta hace unos días no
he podido acercarme a verla. En realidad esta casa se encuentra en el Término
Municipal de Cáceres, en una finca privada llamada “Quinta” de uso
eminentemente ganadero. Se accede relativamente bien a esta casa que debe de ser de las primeras
décadas del siglo XX, con dos plantas y un sótano y en estado bastante ruinoso.
Mientras me acercaba pensaba sobre la belleza de la ruina,
de lo decadente, de cómo algo medio derruido puede atraer de esta manera… El
recuerdo de un pasado glorioso, el olor del pan recién hecho que ya no volverá,
la primera comunión de alguna niña festejada en la capilla, las alacenas
rebosantes de los productos de la matanza…y ahora solo escombros y un recuerdo
inventado. Podría entender más esta fascinación construida alrededor de la
memoria y no de la fantasía de recreaciones idealizadas de un pasado ficticio.
Aun así las ruinas me fascinan…
Según te acercas a la casa, destaca la robustez de su planta
y construcción cúbica y las pequeñas y escasas ventanas. Cuando nos situamos
frente a la fachada nos interrumpe el paso, y la vista, un cúmulo de tejas que
ciegan una de las puertas de entrada, pero sobre todo, llama mi atención el
color de lo que parece una capilla. Subo por los escalones destrozados y veo un
altar. Toda la estancia se encuentra adornada con vivos colores que representan
sencillas figuras geométricas. Cuadrados que enmarcan rombos y que a su vez
enmarcan estrellas en tonos azules y ocres. En el altar el símbolo de Ave
María, y a la derecha de la entrada, una pequeña hornacina con unas molduras de
escayola y de nuevo con el azul como manera de adornar. Por la altura se usaría
de benditero seguramente.
A la izquierda otra puerta nos conduce al resto de las
estancias de la casa, que sorprendentemente está bastante limpia, recorro cada
habitación con nerviosismo y emoción y, aunque hay dos escaleras para subir a
la segunda planta, el acceso aparece parcialmente tapado, queriéndonos advertir
del peligro de derrumbe que supone, por lo que me limito a recorrer la zona
inferior que acaba con una cuadra con sus pesebres perfectamente alineados. En
el exterior hay una zona para el ganado en bastante mal estado y al sótano no
pude acceder porque lo protege el mejor sistema de seguridad posible: las
zarzas.
Salí de allí con una sensación placentera, no es de esas
ruinas que transmiten dolor, tristeza o angustia, esta no. Sentía ruinosa
vitalidad, sosiego y mucha calma. Emprendí el camino de regreso con una
admiración creciente por las ruinas y todo lo que ellas nos tienen que contar.
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