Hoy os quiero enseñar uno de esos Detalles que languidecen
en medio del campo, que, por no ser, no llega ni a ser un signo identitario de
un pueblo. Esos Detalles que forman parte de la memoria cada vez más frágil de
una población que se va olvidando poco a poco de ellos. Uno de esos detalles
que ni aparecen en los libros especializados pero que en este blog queremos
reivindicar por su belleza, su valor objetivo, así como por la carga emocional
que encierran.
Hoy os quiero enseñar al que llaman “El Puente de Piedra” en
Aldea del Cano, y aunque para ser totalmente honesto y riguroso, debo confesar
que no pertenece a este pueblo al que quiero tanto, sino que se encuentra en el
casi infinito Término Municipal de Cáceres, sobre el Río Ayuela.
Justo a unos metros de este puente ocurre un fenómeno
geológico/hidrológico muy curioso que puede pasar inadvertido: es justo aquí
donde el Arroyo de Santiago desemboca en el Ayuela, pero lo hace de forma
subterránea, ese arroyo va desapareciendo poco a poco y de forma oculta y
soterrada aporta sus aguas, como decíamos, al Ayuela, que, aunque ambos son de
escaso caudal, nos permiten observar este curioso fenómeno.
Si queremos acceder al puente os propongo ir desde el Cordel
De Mérida al que podemos llegar desde el pueblo si tomamos el camino que sale
de su Casa de Cultura. Desde este cordel a la altura de la localidad parten dos
caminos perpendiculares, uno de ellos pasa sobre la autovía y el segundo
(sentido sur), a unos 370 m, pasa bajo ella, es justo este el que debemos
tomar.
Ese cuidado camino se llama “Camino de las Pasarelas” y nos
conduce poco a poco a un paisaje cada vez más adehesado. Dejamos a la derecha
un precioso bujío y unas zahúrdas mientras seguimos descendiendo hasta llegar
casi al cauce del río. Giramos a la izquierda por un paso canadiense y
continuamos con el camino perfectamente marcado, hasta que a unos metros más
adelante, a la derecha, nos topamos con este humilde puente.
Más bien es un paso de ganado, ya que, por su tamaño, no es
válido para el tránsito de carros o vehículos. Sorprende su longitud, unos 40
metros, al igual que sorprende su baja altura, que en ningún momento sobrepasa
el metro y medio. Es un puente de varios vanos con planta y perfil horizontal.
Sus 12 arcos son de diversa tipología que van desde el medio punto a los arcos
rebajados, aunque todos ellos realizados impecablemente en ladrillo. Destacan,
aguas arriba, seis tajamares triangulares con sombrerete piramidal, el resto
son prismáticos con sombrerete en plano inclinado.
Aguas arriba los tajamares son todos prismáticos y fueron
concebidos a modo de contrafuertes. El puente está cimentado sobre la roca
madre en el propio lecho del río y a pesar de ser una construcción de tipo
popular, destacan algunos sillares de granito bien labrado que se entremezclan
con una tosca mampostería de cuarcitas, granitos y pizarras.
No quisiera se demasiado atrevido en este aspecto, pero
algunos de esos sillares graníticos, por su tallado y marcas, bien podrían ser
reaprovechamientos de origen romano, descartando tajantemente este origen del
puente, que luego todos los pueblos quieren tener su propio puente romano (que
con suerte es medieval) y de paso su propio microclima.
La plataforma es estrecha, de unos 80 centímetros, y se
encuentra en muy mal estado, habiendo desaparecido, incluso, en algunos tramos.
En otros, lanchas de pizarra tapizan su superficie. Evidentemente carece, y
careció siempre, de petril.
Su longitud y baja altura nos informan de varias cosas, la
primera, de la dureza del terreno que ha impedido que se encajonara más el cauce,
y por otro nos indica, que las crecidas afectan a una amplia superficie en
horizontal, porque la longitud original de este pequeño puente pasaría los 50
metros, ya que sus estribos están destruidos, quedando solo algún vestigio de
estos en el lado izquierdo.
El río separa dos fincas, las mismas que une el puente: La
Atalaya y Rudas, ambas del polígono 39 del Término Municipal de Cáceres según
el registro catastral.
Os invito a buscar estos puentes, estos bujíos y zahúrdas,
testigos de un saber y una forma de vida ya casi olvidadas y que nos pueden
ayudar no solo a pasar un buen día de campo, sino a reconocernos en nuestro
pasado y nuestra riqueza cultural.
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