La tradición de las Tablas de Albalá, en la provincia de Cáceres, es una de esas joyas culturales que, aunque profundamente enraizadas en la historia, permanecen como un descubrimiento tardío para muchos. Este singular festejo, cuya esencia hunde sus raíces en el siglo XVII, constituye un ejemplo fascinante de cómo las costumbres populares se adaptan y perduran a lo largo de los siglos.
Mi interés por esta festividad nació en noviembre de 2020, cuando visité una exposición en el Museo de Cáceres dedicada a las tablas y adquirí el catálogo correspondiente, el cual devoré con entusiasmo. Fue entonces cuando descubrí el admirable trabajo de investigación y difusión realizado por José Vidal Lucía Egido, un auténtico referente en la materia y una de esas pocas personas a las que admiro. Más tarde, una compañera de trabajo, de Albalá, me animó a asistir. Finalmente, el pasado 26 de diciembre de 2024, saldé mi deuda personal y disfruté de esta fiesta única en un día radiante de sol.
Según las investigaciones de José Vidal, la tradición de las Tablas de Albalá tiene su origen, como atestiguan los libros de cuentas de la Cofradía de la Virgen de la Concepción entre 1680 y 1792, en el siglo XVII. Originalmente conocida como "el ramo", esta ofrenda evolucionó con el tiempo hasta denominarse "tablas", probablemente en alusión al soporte físico "tableros de madera" utilizado para llevar las ofrendas. Estos mismos tableros eran los empleados en las tahonas para transportar el pan amasado.
En sus comienzos, la fiesta se celebraba únicamente el día de Navidad. Sin embargo, a partir de 1768, se extendió a tres días consecutivos: 25, 26 y 27 de diciembre, tal como ocurre en la actualidad. El momento central de la celebración es la misa de mediodía, donde se presentan las tablas. Después, los jóvenes del pueblo, los quintos del año. Recorren las calles con las tablas a cuestas, acompañados por vecinos que se unen al ritmo del peculiar "Chás-carri-rrás", un compás de 3/4 interpretado con instrumentos tradicionales como cajas, tamboriles, cañas, almireces o sonajas.
El recorrido festivo destaca por su ambiente de hospitalidad y alegría. Los participantes comparten generosamente vino de pitarra y viandas, creando un clima de hermandad que no hace distinciones entre visitantes y locales. La experiencia se enriquece aún más con la diversidad de la indumentaria. Las mujeres lucen pañuelos de tres cenefas, pañuelos de cien colores, corpiños, faldas bordadas o picadas y calzado variopinto, mientras que los hombres visten pantalón y chaleco negro, camisa blanca y fajín rojo. Una prenda que captó especialmente mi atención fue el pañuelo triangular bordado en la espalda, una pieza que evoca la tradición gallera de la localidad.
Si deseas profundizar en esta tradición, recomiendo el libro "Fiestas de tablas y tableros en los pueblos del llano cacereño" de José Vidal Lucía Egido, editado por la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte de la Junta de Extremadura junto a ADISMONTA. Este volumen, creado como catálogo de la exposición en el Museo de Cáceres, es un recurso imprescindible para comprender la riqueza de estas fiestas.
La experiencia de las Tablas de Albalá no solo sacia la curiosidad cultural, sino que conecta al visitante con una comunidad que celebra su historia con orgullo y alegría. Si tienes la oportunidad, no dudes en asistir el próximo año y ser parte de esta preciosa tradición, y por eso os la he querido enseñar hoy, Al Detalle.
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