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LAS CANDELAS DE HINOJAL (2025), AL DETALLE.


Los que siguen el blog saben, desde casi el principio, mi afición y dedicación por el folclore de Extremadura. La riqueza que despliega es, en muchas ocasiones poco apreciada, y a mí me encanta recorrer los pueblos para disfrutar de estas joyas locales, que en su conjunto hacen que nuestra tierra sea tan rica en tradiciones, ritos y costumbres. En esta ocasión me desplacé el 1 de febrero de 2025 a Hinojal, a disfrutar de su fiesta de las Candelas. Para los que no lo conozcan, Hinojal se encuentra enclavado territorialmente en la zona de los Cuatro Lugares, en la Comarca de Cáceres. Limita al norte con el río Tajo, al sur con Santiago del Campo, al este con Talaván y al oeste con Garrovillas de Alconétar. El pueblo está situado a unos 34 km de la capital cacereña y se accede a él desde la Autovía Ruta de la Plata A-66 y desde la carretera nacional N-630 a través de la EX-373. También se puede llegar desde la carretera autonómica EX-390 (Cáceres-Torrejón el Rubio) por la comarcal CC-28. Hinojal se caracteriza por un paisaje llano y de escasa vegetación, compuesto principalmente por herbazales esteparios y dehesa. Este entorno natural proporciona el hábitat ideal para diversas aves, como la avutarda, convirtiéndolo en un lugar de interés para los amantes de la naturaleza.

La historia de Hinojal es rica en vestigios arqueológicos como el Villar de la Rodriga, Lajardina, los Torreones, los Castillejos, las ruinas de Casasola y Villarías... Estos restos incluyen una calzada romana, un puente supuesto romano (que no lo es) y restos que sugieren la presencia de asentamientos humanos desde épocas prerromanas y romanas. En el siglo XVI, Hinojal formaba parte de la Tierra de Alcántara, en la provincia de Trujillo. Tras la caída del Antiguo Régimen, la localidad se constituyó en municipio constitucional en la región de Extremadura, dentro del partido judicial de Garrovillas. A mediados del siglo XX, Hinojal alcanzó su punto álgido de población, superando los 2500 habitantes. Sin embargo, la fuerte emigración de las décadas de 1960 y 1970 redujo considerablemente la población, manteniéndose desde 1981 entre 400 y 500 habitantes.

Entre otras fiestas, destaca la de Las Candelas, proveniente de la tradición judía, donde el ritual de Purificación era un acto significativo que marcaba la reintegración de una mujer a la comunidad religiosa después de dar a luz. Este ritual, prescrito en la Torá (Levítico 12), se llevaba a cabo en el Templo de Jerusalén y simbolizaba la purificación de la madre tras el parto. Cuarenta días después de dar a luz a un varón (u ochenta días después de dar a luz a una niña), la mujer debía presentar una ofrenda en el Templo. Esta ofrenda consistía en un cordero de un año para el holocausto y un pichón o una tórtola para la expiación. El sacerdote realizaba los rituales y ofrecía las oraciones correspondientes. Este ritual no solo se centraba en la purificación física de la madre, sino también en su reintegración a la vida comunitaria y religiosa. Después del parto, la mujer se consideraba ritualmente impura y debía esperar un período de tiempo antes de poder participar plenamente en las actividades religiosas y sociales.

El Evangelio de Lucas (2:22-40) relata la presentación de Jesús (como judío que era) en el Templo de Jerusalén por sus padres, María y José, cumpliendo con el ritual de Purificación. Este pasaje bíblico es fundamental para entender la conexión entre la tradición judía y la festividad cristiana de Las Candelas.

El texto de Lucas describe cómo María y José llevaron a Jesús al Templo para "cumplir con la ley de Moisés" (Lucas 2:22). Este acto de obediencia a la ley judía subraya la importancia del ritual de Purificación en la época de Jesús. Durante la presentación de Jesús, dos figuras destacadas, Simeón y Ana, reconocen la divinidad del niño. Simeón, un hombre justo y piadoso, toma a Jesús en sus brazos y pronuncia una bendición, reconociéndolo como el Mesías esperado (Lucas 2:25-32). Ana, una profetisa anciana, también alaba a Dios y habla del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén (Lucas 2:36-38).

El Evangelio de Lucas menciona que María y José ofrecieron "un par de tórtolas o dos palominos" (Lucas 2:24) como ofrenda en el Templo. Esta ofrenda, más humilde que la del cordero y el ave prescrita en Levítico 12:6, sugiere la condición humilde de la familia de Jesús. La ofrenda de dos tórtolas o palominos era una opción permitida para aquellas familias que no podían permitirse ofrecer un cordero. Esta práctica demuestra la compasión y la flexibilidad de la ley judía, adaptándose a las circunstancias económicas de cada persona.

Y este rito se mezcla con el de encender candelas, hogueras o velas, que es muy antigua, ya que antes de la llegada de los romanos, diversas culturas en Europa celebraban rituales de purificación y fertilidad en el mes de febrero, un período de transición entre el invierno y la primavera. Estos rituales, a menudo centrados en el fuego y la luz, buscaban alejar los malos espíritus, asegurar la fertilidad de la tierra y el ganado, y dar la bienvenida a la nueva estación. En muchas culturas, el fuego era un elemento central de estos rituales. Se encendían hogueras y se llevaban antorchas para purificar el entorno y alejar las energías negativas. La luz del fuego simbolizaba la esperanza, la renovación y la protección contra el mal. También se realizaban rituales para asegurar la fertilidad de la tierra y el ganado. Se ofrecían sacrificios a los dioses, se realizaban danzas y se llevaban a cabo procesiones para pedir por una buena cosecha y la salud de los animales.


Actualmente, antes del inicio de la eucaristía se saca a la Virgen de procesión alrededor de la iglesia con una “candela encendida” para realizar la bendición de los campos y la tradición dice que si la vela llega encendida es presagio de buenas cosechas, algo que no ocurrirá si la vela regresa apagada.

Los romanos “adoptaron” estos ritos celebrando las Lupercalias que se celebraba a mediados de febrero en honor al dios Luperco, protector del ganado y la fertilidad. Durante las Lupercalias, los sacerdotes lupercos, ataviados con pieles de cabra, corrían por las calles de Roma azotando a las personas con correas de cuero llamadas februa. Se creía que estos azotes purificaban y protegían contra la infertilidad, especialmente a las mujeres que deseaban concebir o que estaban embarazadas. Las Lupercalias también incluían sacrificios de animales, banquetes y otros rituales que buscaban asegurar la prosperidad y la fertilidad de la comunidad. La festividad tenía un carácter festivo y lúdico, con música, bailes y otras expresiones de alegría, siendo una festividad compleja con múltiples significados y simbolismos. El dios Luperco, a menudo identificado con el dios Pan, era una deidad relacionada con la naturaleza, el ganado y la fertilidad. Los sacerdotes lupercos, ataviados con pieles de cabra, representaban a esta deidad y actuaban como intermediarios entre el mundo humano y el divino.

Los azotes con las correas de cuero februa eran un elemento central de las Lupercalias. Se creía que estos azotes purificaban y protegían contra la infertilidad, especialmente a las mujeres. El simbolismo de las correas de cuero februa también puede estar relacionado con el nombre del mes de febrero, Februarius, que deriva de la palabra latina februa, que significa "purificación".

Santiago de la Vorágine, un destacado escritor y religioso del siglo XIII, nos ofrece valiosa información sobre los orígenes y la evolución de la fiesta de la Candelaria en su "Leyenda Dorada". En esta obra, nos relata cómo la Iglesia cristiana adoptó y adaptó estas antiguas costumbres paganas relacionadas con el fuego y la luz, integrándolas en la celebración de la Purificación de la Virgen María y la Presentación de Jesús en el Templo. Según Santiago de la Vorágine, el Papa Sergio I, que ocupó el papado en el siglo VII, desempeñó un papel fundamental en la cristianización de estas antiguas costumbres. Al observar que la gente seguía practicando rituales paganos con velas y luces en el mes de febrero, el Papa Sergio I decidió integrar estas prácticas en la festividad cristiana de la Candelaria. El Papa Sergio I instituyó una procesión con velas encendidas que se llevaría a cabo el 2 de febrero, coincidiendo con la fecha de la antigua festividad romana de las Lupercalias. Esta procesión, en honor a la Purificación de la Virgen María y la Presentación de Jesús en el Templo, se convirtió en una forma de canalizar las antiguas costumbres paganas hacia una celebración cristiana.

Gracias a la sincretización de costumbres promovida por el Papa Sergio I, la Candelaria se convirtió en una fiesta que une elementos de diversas tradiciones culturales y religiosas. La luz de las velas, que originalmente simbolizaba la purificación y la protección en las culturas paganas, adquirió un nuevo significado cristiano, representando la luz de Cristo que ilumina al mundo.


La fiesta de Hinojal quizá es una de las que conservan y mantiene mejor el simbolismo y el significado de la fiesta. Seis chichas perfectamente coordinadas entonan las coplas en el ofertorio de la misa. Una de ellas, la que porta la pandereta, comienza cada una de las estrofas para ser seguidas a continuación por el resto. Las primeras estrofas hacen referencia a Simeón y la propia purificación de la Virgen, pidiendo permiso para entrar y pidiendo agua bendita, entonces junto con la Virgen se encaminan al altar portando las ofrendas, que en este caso son palomas y al llegar al altar presentan al niño, que es tomado por el sacerdote y colocado en el altar. En este momento (a partir del minuto 17 del vídeo) cambia el compás de la canción y la melodía y comienza la parte de “alégrense los mortales”, y se inicia el camino de regreso, de manera mucho más breve, donde se llega a pedir hasta por los mayordomos de la fiesta. Acaban las chicas frente a la Virgen de las Candelas en una sola fila, inclinadas hacia atrás como gesto de respeto y con un golpe de pandereta que supone un momento muy emocionante, porque acaba un ritual que dura casi 25 minutos y donde las 6 jóvenes están solas para desempeñar la importante tarea de continuar una tradición centenaria. 


Entonces cambian la cobija blanca por una negra y esperan el momento  de ir a tomar la comunión, momento en el que también entonan una nueva canción.


La verdad es que es un ritual muy emocionante y con un marcado sabor ancestral que nos trasporta a un pasado que, a la vez, nos conecta con nosotros mismos. En esta ocasión, y siguiendo  la línea habitual del blog, evitaré comentar algunos aspectos menos agradables y que deslucen profundamente una fiesta que es de altísimo interés, y por eso os la he querido enseñar hoy, al Detalle.

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